viernes, 7 de diciembre de 2012

Capítulo 3. ¿Amigas?

Es la hora del desayuno. Voy al comedor con el pijama y sin peinarme. Estoy de mal humor y cada día odio más este sitio. Llevo aquí desde septiembre, y ya estamos en junio. Han pasado nueve meses. Recuerdo poco a poco las imágenes de lo que sucedió a principios de diciembre.
[Flash back]
-Buenos días Bella, ¿qué tal has dormido? - Me pregunta la cocinera. Se llama Rosa, y es de las pocas personas que aprecio en este lugar.
-La verdad es que no he descansado muy bien.
Rosa frunce el ceño y por su expresión sé que me dirá algo que debo hacer, pero que no haré. Da igual que sea un consejo de ella, del doctor Lewis o de la odiosa enfermera Madelene. No pienso atender a órdenes en este loquero.
-Bella, sé que no te encuentras a gusto aquí. Pero también es cierto que no te comportas demasiado bien - Cojo mi bandeja, ya estoy harta de tanto sermón. Cuando me voy a ir, Rosa me pregunta - ¿Quieres dejar este internado? - Asiento, ya que es lo mejor que podría pasarme ahora, que me den el alta - Entonces haz caso al doctor. Ahí - dice señalando mi cabeza - sabes que para irte cuanto antes, debes comportarte y hacer lo que te pidan para curarte - Clavo mi mirada en Rosa intentando disimular mi opinión. Porque sé que tiene razón.
Me giro y examino la sala. No tengo una mesa concreta, ni siquiera una amiga. Bueno, a no ser que Miranda cuente, pero no estoy muy segura. Me siento lo más apartada de la gente y me vuelvo para ver si Miranda está por aquí. Ni rastro.
Como en silencio y sin mucho apetito, pensando en si debería hacerle caso a Rosa y empezar a ayudar a los médicos de este odioso manicomio para curarme e irme de aquí en cuanto pueda. Decido que puedo hacerlo, y que si estoy aquí es porque mis padres lo quisieron, quisieron lo mejor para mí. Cucharada a cucharada, cara de asco tras cara de asco, dejo la bandeja vacía. Sonrío con satisfacción. Miranda pasa por mi lado [seguramente se habrá quedado dormida y llega tarde al desayuno] y levanta el pulgar en signo de que lo estoy haciendo bien. Muy bien.
[Fin del flash back]
-¿Bella Anderson? - Escucho a Madelene llamarme. Intenta ubicarme con la mirada, y cuando lo consigue, me hace una señal - Ven aquí, te toca terapia con el doctor Lewis.
-De acuerdo - La enfermera que antes me reñía con cara de enfado, ahora clavaba sus ojos en mí y abría poco a poco su boca. Arqueo las cejas y pregunto - ¿Nos vamos ya o...? - Comienza a caminar todavía con un rostro perplejo y abre la puerta de la sala de sesiones.
Cuando entro, el doctor Lewis se echa a reír. ¿Qué he hecho? Todavía nada. Se ríe de tal manera que se cae de la silla y Madelene va corriendo para ayudarlo a incorporarse. Reprimo una sonrisita tonta y me tumbo en el gran sillón gris. La enfermera se va y con ella cierra la puerta.
-Bella - Me dice el doctor aclarándose la voz - Aún estás en pijama - Ahora lo comprendo todo. Ahora entiendo porqué tanta carcajada. El doctor Lewis vuelve a estallar en risas y yo hago lo mismo. ¿Por qué no empezar a tomarme esto con alegría? Además, cuanto más sana y alegre me vean psicológicamente, antes me sacarán de aquí - Bueno, empecemos. ¿Has comido estos días? - La verdad es que sí, durante todos estos meses había vaciado los platos, no por voluntad, pero había comido todo lo que me pusieron. Asiento y el me aplaude con ansia - Entonces súbete a la báscula.
Abro mucho los ojos y voy hacia ese aparato que tantos problemas me causó en el pasado. Miro al doctor y el sacude la cabeza en signo de aprobación. Clavo la vista en la báscula. Pasan unos largos cinco minutos y levanto el pie. Después el otro. Cierro los ojos y respiro profundamente, y antes de abrirlos pienso en todo lo que he pasado aquí.
-¡Muy bien Bella, estás en un buen peso! ¡16 años, 56 kilos! ¡Estás genial! - Nos damos un gran abrazo - ¿No ha valido la pena colaborar para curarte? Pero ahora viene lo más duro - Su sonrisa se borra de la cara y me preocupo - Te tenemos que dar el alta - Esto es lo que siempre había soñado, ¿por qué debe ser malo? No lo entiendo - Bella, tienes que volver a tu antigua vida. Debes volver a soportar lo que te venga, y no recaer - ¿Mi antigua vida? No, no, no. No puedo hacerlo. Me quedo paralizada y el doctor Lewis intenta que reaccione. Y lo consigue. Me caigo al suelo, me hago un ovillo y empiezo a llorar. Porque ahora sé que llega la peor etapa de mi vida.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Capítulo 2. Impactada.

Entro en la pequeña sala y compruebo que nunca me acostumbraré a este lugar. El suelo es gris, el techo es gris, las paredes son grises, las sillas también... Este lugar es muy monótono.
-¡Buenos días, ya veo que sigues viva! ¡Enhorabuena, es un gran paso! - Me dice el doctor Lewis. Desde que llegué aquí y estuve en sus consultas, no para de decir lo mismo. Supongo que es un chiste del que nadie se ríe. -Veo que sigues sin hablar, ¿cierto? - Clavo mi mirada en él, y sabe que si no le dirijo la palabra ni siquiera a mis padres, mucho menos conversaré con él.
Me enseña unos cuantos dibujos y después me da un cuaderno para que exprese mis sentimientos sobre un papel.
-Terapia. ¡La mejor para distraerse! - Dice mientras se toca su larga barba blanca. Tiene, además, unos grandes ojos azules, y rondará por los 60 años. Continúo mirándole y el doctor Lewis se resigna a que abra la boca para opinar. Cuando se da la vuelta, sin embargo, se sorprende.
-Me gusta pintar.- Contesto. -Cuando era pequeña, mi padre me compraba acuarelas y pinturas de todo tipo. En las tardes de lluvia, me ponía el típico mandilón de colegio y pasaba horas dibujando. Se me daba muy bien, creo. Dejé de hacerlo al cumplir 13 años, cuando... Me distancié un poco de la familia.
El doctor Lewis se queda atónito, sin saber muy bien qué hacer. Es la primera vez que le cuento esto a alguien.
-Tienes una voz muy bonita.- Arqueo las cejas. ¿De que me está hablando? Le cuento uno de los mejores recuerdos de mi vida y él se limita a piropear mi voz. Está nervioso, le sudan las manos y cuando va a coger un bolígrafo para anotar mi historia se le resbala y cae al suelo. Lo recojo y se lo doy. -Muy conmovedor. ¿Y por qué dejasteis de hacerlo? - Pienso un momento. ¿Por qué? Muy sencillo.
-Por la misma razón por la que estoy aquí.- Respondo seria. Llaman a la puerta y entra mi compañera de cuarto, Miranda. Salgo sin ni siquiera saludarla.
En la comida sigo con mi rutina de 'muda', como si nada hubiera pasado en la consulta del doctor Lewis. Tengo a dos enormes guardias detrás de mí para evitar que esconda, tire o le de la comida a alguna persona de mi mesa. Me obligo a terminar los dos grandes platos que me han servido y después me permiten ir a mi habitación.
Las paredes ahora son blancas, y no hay nada a mi alrededor que sea 'peligroso'. Ni una báscula, ni un cristal, y cámaras de vigilancia por toda la estancia. Me tumbo en mi cama y estoy sumergida en el mundo de la música cuando escucho el crujir de la puerta. Levanto la cabeza y por el rabillo del ojo veo a Miranda. Ella es anoréxica, y según he oído lleva aquí mucho tiempo. Vuelvo a acostarme intentando no darle mucha importancia a su presencia.
-Yo también acabé aquí sin querer, mis padres se enteraron de que en el instituto no probaba ni un bocado y me internaron cuánto antes al ver mis grandes cortes bajo las pulseras. Al igual que tú, odié a toda persona que se cruzara aunque solo fuera un segundo delante mía, y no abría la boca ni para pedir agua. Me recuerdas mucho a mí. La actitud, la personalidad... La fuerza. Pero créeme que, si quieres salir de aquí, debes contar tus problemas, debes hablar. Si no llegará el día que sea demasiado tarde para avanzar, para arreglarlo todo. Llegará el día en que te encerrarán aquí para siempre. Así que, por favor, colabora con los médicos y psicólogos de este lugar. No soportaría que alguien de tanto valor como tú se quedara en internada para siempre.
No aparto la mirada de ella. Hasta ahora, nunca habíamos hablado, ni siquiera nos habíamos dicho un mísero 'Hola'. Pero sus palabras, las que me había dicho a mí ahora, me llegaron al corazón y posiblemente rompieron la más dura capa que lo rodeaba. Me quedo en silencio, contemplando como entra en el baño y más tarde sale de nuevo, dejándome completamente atónita.
Giro la cabeza hacia mi maleta. La abro y busco entre la ropa mi diario, el guardián de mis secretos, el que tantos años había aguantado mis problemas. Y escribo.
Puede que no la conozca. Quizás ni siquiera sepa mi nombre. De una cosa estoy segura. Lo ha hecho por mí, me ha hecho reaccionar. Ahora sé quien soy y lo que tengo que hacer.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Capítulo 1. Bella Anderson.

Me llamo Bella Anderson, tengo 16 años y soy de Washington. O eso me han dicho. ¿Mi historia? La recuerdo cada vez que cierro los ojos.
[Flash back]
Es un día como otro cualquiera. Suena el despertador y el ruido que éste desprende retumba en las paredes de mi cuarto. Es lunes 20 de septiembre, y me veo obligada a acudir a la cárcel que todos llaman 'instituto'. Empiezo a llorar en silencio, como hago todas las mañanas antes de lavarme la cara, taparme las ojeras de no dormir y bajar a desayunar con mis padres mostrándoles la mejor de todas mis sonrisas. Así he hecho desde los 13 años y así seguiré haciéndolo siempre.
No hay nada que una sonrisa no pueda ocultar.
Las palabras que me definen corren por mi cabeza y no soy capaz de pararlas. Hago un movimiento, abro la puerta y me siento delante de mi tazón de cereales con leche y tostadas de mermelada. Esos alimentos es lo que ven mis padres. Yo veo kilos, kilos de más. Comida que no me permito y que tendré que vomitarla en el instituto.
-Mamá, no tengo hambre.- Le digo intentando escaquearme de otro día sintiéndome mal conmigo misma.
-Come.- Contesta ella. Sé que nunca me dejaría 'con hambre'. Sé que si leyera todo lo que escribo, me internaría. Sé que no la volvería a ver nunca, porque yo soy un caso sin solución. Estoy completamente perdida, y nadie podría ayudarme.
Mi padre va a trabajar a su estudio y mi madre sale de la cocina para recoger la ropa seca. Es el momento. Guardo las tostadas en una bolsa y las meto dentro del bolsillo de mi chaqueta. Tiro los cereales a la basura y dejo el tazón vacío, al igual que el plato.
Necesitas ayuda. Y lo sabes.
Mi conciencia nunca me agrada. Parece otra persona completamente distinta a mí, piensa justo lo contrario que yo. La ignoro, como siempre.
-¡Mamá, me voy! ¡Te quiero!- Le grito desde la puerta trasera. Me gusta salir desde el jardín y llegar al instituto por el bosque. Es el único lugar en el que me siento... Libre. El único lugar en el que nadie me rechaza, en el que soy yo. No recibo malos tratos ni palabras que me dañan poco a poco por dentro. Es el lugar en el que me refugio y por una vez, pienso que soy feliz.
Tiro la bolsa de las tostadas con mermelada en una basura que he construido precisamente para deshacerme de lo que no quiero. Me pierdo entre los altos árboles verdes hasta llegar al instituto.
Todos me miran con cara rara y entre la multitud que camina con prisa escucho insultos.
Fea, gorda, imbécil, mentirosa, empollona.
Nunca encajo en ningún sitio, y será por algo. He sufrido mucho en primaria. Los recuerdos del bullying que pasé no me hacen sentir más segura de mí misma. Siempre creí que en el instituto todo iba a cambiar. Pero todo fue a peor, perdí los pocos amigos que tenía y ahora estoy sola. 
Las clases terminan. Cuando entro en casa, parece que algo va mal. Mis padres me miran con lágrimas en los ojos y tienen maletas a su alrededor. Los miro, preguntándome, preguntándoles, qué está pasando.
-Te vas. Estarás internada con más chicas de tu edad que han pasado cosas peores que las tuyas, por suerte. Nos veremos en un año, si es posible y te curas.- Me dice mi padre sin dirigirme la mirada. Mi madre, por su parte, me da el pequeño diario que escondo bajo la almohada y sé que quiere que lo tenga. Así siempre recordaré mi infancia y parte de mi adolescencia, para que no vuelva a hacer lo que estoy haciendo.
Todo lo que pasa después es muy rápido. Me meten en un taxi y en aproximadamente una hora estoy a las afueras de Washington, en mi nuevo hogar. 
[Fin del flash back]
Ahora conocéis mi historia. Llevo en este sitio una semana y ya lo odio. Los médicos y psiquiatras intentan ayudarme y curarme. Quieren que me vaya lo antes posible. Pero yo no contribuyo. Me hacen varias pruebas y a veces se alegran de saber que sigo viva, sigo respirando y sigo siendo la misma persona bulímica  que no se siente aceptada en este mundo.
-Señorita Anderson, sabe usted que le toca consultar con el psicólogo. Espero por su bien que lo trate bien si no quiere que le encerremos en una habitación y le pongamos cadenas.- La doctora Madelene está harta de mí. Su paciencia conmigo se está agotando poco a poco, aunque lo veo normal con mi comportamiento en los siete últimos días.
La puerta del pequeño cuarto se abre y yo entro.